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jueves, 30 de abril de 2009
Una nueva alianza entre la Biología y la Filosofía es necesaria para el estudio de la vida
La Biología, como ciencia, no trata de la vida en sí misma, sino que estudia las manifestaciones o fenómenos de aquellos seres que llamamos organismos vivos por contraposición al mundo inorgánico. Pero el conocimiento en profundidad de las causas que producen en la evolución la complejidad ontológica de la vida obligan a la ciencia a ir más allá de la limitación impuesta por sus propios métodos para abordar los grandes temas de la Biofilosofía. Cuestiones de fondo que siguen hoy planteadas en la actualidad epistemológica de la biología. Entre los grandes temas básicos de la Biofilosofía destacan la ontología de la complejidad holística y de la teleonomía.
Biología
Recuerdo que no hace mucho leí un artículo de Gustavo Caponi en Ludus vitalis sobre Biofilosofía y el futuro de la biología del desarrollo; el autor llama la atención sobre el énfasis que, en los últimos años, la Biofilosofía ha puesto en los problemas relativos a la filosofía de la evolución legitimando el paradigma neodarwinista imperante, citando a autores como Ernst Mayr, Elliott Sober, Michael Ruse, David Hull, etcétera. Para confirmar esta afirmación, basta dar un vistazo a los índices de la revista Biology and Philosophy y caer en la cuenta del sesgo y desequilibrio de los estudios publicados desde la fundación de la revista cuyo primer volumen es de 1986; los estudios relativos a los problemas evolutivos sobrepasan en mucho a los referentes a la epistemología de la Biología y al estatuto ontológico de lo seres vivos.
Sin embargo, la pregunta pertinente que podemos hacernos, es si siempre la reflexión filosófica sobre la vida ha llegado en el claroscuro del atardecer o si, por el contrario, ha sido tan temprana como la Biología misma. La Biología, como ciencia, no trata de la vida en sí misma, sino que con ayuda del método hipotético-deductivo, estudia las manifestaciones o fenómenos de aquellos seres que llamamos organismos vivos por contraposición al mundo inorgánico.
Así lo entendieron Treviranus y Lamarck, quienes al comienzo del siglo XIX utilizaron el término Biología para describir: «todo lo que es común a vegetales y animales, como todas las facultades que son propias a estos seres sin excepción, debe constituir el único y vasto objeto de una ciencia particular, todavía sin fundar, que, incluso, no tiene nombre y a la que daré el nombre de Biología». Frase sacada de una monografía de Lamarck publicada en 1801.
Lamarck creyó haber formulado un nuevo término y haber creado una nueva ciencia. Sin embargo, parece ser que no fueron ni Treviranus ni Lamarck los que acuñaron el término Biología y habría que acudir a Michael Christoph Hanoi, discípulo de C. Wolff, quien ya en 1766 había utilizado el término Biología en el subtítulo del tercer tomo de su obra Philosophia Naturalis sive Physica dogmatica: Geology, Biology, General Phytology and Dendrology. La Biología nace con la pretensión de formar parte de una de las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaft) como oposición a la Filosofía natural (Naturphilosophie) que tanto había impresionado a Schelling y a los filósofos del romanticismo.
En una obra reciente, Rafael Amo Usanos, citando a F. T. Gottwald, ha propuesto que en la historia del pensamiento biológico se dan tres grandes periodos que se corresponden con otras tantas cosmovisiones (vitalista, materialista y organicista): la del Timeo platónico, donde el universo es imaginado como un inmenso viviente, la dominada por la cosmología mecanicista y la tercera sería la del paradigma de la complejidad.
Una nueva alianza entre la Biología y la Filosofía es necesaria para el estudio de la vida
Biología y Filosofía
Ahora bien, desde el momento en que la Biología se constituye como ciencia que estudia lo que es común a todos los organismos vivos, se plantea para todas las ciencias la relación entre Biología y Filosofía.
En la era de la Biotecnología, la Biofilosofía vuelve a plantearnos los mismos problemas recurrentes, como podemos ver en el título de la obra de Étienne Wilson: De Aristóteles a Darwin (y vuelta). Ensayo sobre algunas constantes de Biofilosofía. Podríamos parafrasear el título y decir: desde Aristóteles a la revolución biotecnológica (y vuelta). Puesto que tratar de definir la esencia de la vida ha sido una cuestión ardua desde Aristóteles hasta nuestros días. El camino más obvio y sencillo es la descripción de los fenómenos que manifiestan los seres que llamamos vivos, por eso la mayoría de las definiciones clásicas de la vida son puramente fenomenológicas o descriptivas, empezando por la definición aristotélica.
Convencidos de que la pregunta que se hizo Schrödinger: «¿Qué es la vida?» escapa a la Biología como ciencia experimental, intentaremos introducirnos en el planteamiento del estado de la cuestión de la Biofilosofía actual en la búsqueda de las bases epistemológicas y ontológicas de la Biología que puedan conducirnos a un discurso coherente; conjuntamente estudiaremos algunos problemas que el desarrollo de la Biología experimental plantea a la fundamentación del discurso coherente al que hemos hecho alusión.
Epistemología del discurso biológico. Una nueva racionalidad
Si consideramos a la epistemología como la reflexión filosófica sobre la ciencia en general y, una vez adjetivada, sobre una ciencia particular, podríamos delimitar la epistemología de la Biología, como aquella parte de la Filosofía que estudia los contenidos de verdad que las ciencias biológicas poseen y formula los cauces de significación; para ello será necesario reflexionar primeramente sobre la propia racionalidad de la Biología. El conjunto de los puntos de partida de esta racionalidad podríamos formularlos así:
• Todo fenómeno puede reducirse a unas cuantas leyes físicas.
• Todos los fenómenos son deterministas.
• El estudio de los sistemas complejos se reduce al resultado de la conducta de sus elementos.
• Afirmación del postulado de la objetividad que supone: «el rechazo sistemático de considerar como conducente a un conocimiento verdadero, toda interpretación de los fenómenos en términos de causas finales».
Frente a este tipo de racionalidad aceptada por algunos como la única racionalidad científica posible, podemos considerar otro tipo de racionalidad que podríamos llamar: «racionalidad teleológica evolutiva», propia de las ciencias biológicas, cuyas características serían:
• No todo el conocimiento es reducible al conocimiento derivado de la física; es decir, la negativa sistemática al reduccionismo epistemológico.
• La afirmación de que la propia metodología física es incapaz de abarcar el estudio de los fenómenos de alto nivel de complejidad, como son el sistema nerviosos central y los comportamientos psicosociales.
• La evidencia de que los organismos vivos se comportan como totalidades, donde los elementos estructurales y funcionales están interconectados entre sí, formando una unidad que al mismo tiempo es un sistema reactivo abierto al medio.
• La afirmación de que la finalidad, la emergencia y el progreso son categorías epistémicas necesarias para la construcción de todas las ramas de la Biología.
La no distinción de estas dos racionalidades y querer avanzar por la arista del diedro mental sin ningún balancín crítico sumió a Jacques Monod en lo que él llamó «flagrante contradicción epistemológica». Así pues, si queremos tener un discurso racional y coherente, que nos permita reflexionar sobre las ciencias biológicas, necesitamos delimitar una serie de categorías que conformen un nuevo paradigma de comprensión.
La formulación de esas nuevas categorías constituyen, a mi juicio, uno de los debates actuales en Biofilosofía, y tiene razón É. Gilson, pues los problemas son constantes y recurrentes. Las categorías o matrices conceptuales fundamentales de este discurso para la comprensión completa de los fenómenos que presentan los organismos vivos serían: comprensión holística (o totalidad), sistema, proceso, teleología, jerarquización, emergencia de novedad, evolución, desarrollo epigenético. En este artículo de Tendencias de las Religiones me referiré a los primeros fenómenos, dejando la, emergencia de novedad, evolución y desarrollo epigenético para otro artículo complementario.
La comprensión holística
Afirmamos que un organismo está vivo cuando percibimos su reactividad como una unidad con individualidad. Los organismos vivos se comportan como unidades interdependientes de estructuras y funciones integradas. «Hay un pequeño agregado de átomos y moléculas que no se encuentra en parte alguna del mundo que llamamos sin vida. Es exclusivo de los seres vivientes; muchos de ellos están constituidos por él, el cual forma parte de ellos como una unidad. Es una unidad con individualidad». Palabras de Sherrington, citadas por Waddington, que afirman la teoría celular y connotan el carácter de totalidad e independencia de todo organismo vivo; independencia del medio del cual paradójicamente no puede prescindir, pues el medio es parte de su misma vida.
A esta unidad con individualidad, Robert Hooke en 1665, en su obra Micrographia, dio, por vez primera, el nombre de célula. Es interesante notar que este concepto primario de unidad lo sacamos de nuestra propia experiencia; nos contradistinguimos de nuestro entorno con la afirmación del «yo», como una unidad en el espacio y en el tiempo. El organismo vivo es un todo aunque no clausurado en sí mismo. La unidad de análisis es la célula. Existe un modelo estructural único.
Teilhard de Chardin llamaría a la célula: «grano elemental de vida, como el átomo es el grano natural de la materia inorgánica». La vida comenzó en el planeta Tierra cuando comenzó la primera estructura individual, frágil e independiente, que llamamos célula. El paso de organismos unicelulares procariontes a unicelulares eucariontes y el paso de organismos unicelulares a organismos pluricelulares, así como la estructuración de ecosistemas, no son sino manifestaciones simbióticas de organizaciones jerárquicas. Dicho en otras palabras, según vayamos cambiando de escala de observación, o niveles de organización, iremos percibiendo unidades integradoras de los fenómenos observados.
Esta experiencia le hizo decir a Teilhard de Chardin: «considerada en su totalidad, la sustancia viviente extendida sobre la Tierra dibuja, desde los primeros estadios de su evolución, las alineaciones de un único y gigantesco organismo».
Así pues, para percibir la vida, no hay que perder de vista esa unidad total de la biosfera que la Bioquímica actual confirma, puesto que son los mismos para todo viviente: los veinte aminoácidos proteinogenéticos, las cuatro bases de los ácidos nucleicos, el código genético y los principales ciclos metabólicos. El que la vida sea una posibilita que se le pueda aplicar calificativos aparentemente antinómicos y decir: que es una en una multidiversidad; caduca para cada individuo y sin embargo perenne; que cada célula es independiente y dependiente del medio; indivisa y, sin embargo, está en continua división en una fase determinada del ciclo celular; y que es invariante, cuando observamos poblaciones a pequeña escala temporal y, sin embargo, es lícito afirmar también que la vida está en continua evolución. La hipótesis sobre el origen simbiótico de los organismos eucariontes, ardorosamente defendida, por Lynn Margulis, tiene cada día más comprobación experimental.
El ser vivo como sistema jerarquizado
Somos herederos de una cultura mecanicista en la que se ha dado un predominio analista, que tiene la pretensión de que el conocimiento exhaustivo de las partes nos llevaría a la comprensión del todo. La Física clásica concibió un universo determinista, en un espacio y tiempo concebidos como absolutos en el que se postulaba la ausencia de toda finalidad. En esta concepción no cabía una visión organicista del ser vivo. Por contraposición la racionalidad sistémica interpreta el universo mediante un discurso no lineal, sino complejo en el que se entrelazan diferentes niveles que se relacionan entre sí a partir de bucles interactivos. Así, la racionalidad sistémica actúa por aproximaciones, utilizando conceptos preñados de significación, con gran apertura semántica y complementariedad comprensiva.
La misma etimología de la palabra sistema (del griego: syn-ístemi, «lo colocado conjuntamente») indica un conjunto de elementos y acontecimientos, que relacionados jerárquicamente entre sí contribuyen a un determinado fin. Cualquier elemento estructural o funcional de un sistema no puede entenderse sino en relación con todos los otros elementos estructurales y funcionales del mismo. Todo sistema es una unidad, aunque no clausurada en sí misma, puesto que el sistema puede estar en continua interacción con otros sistemas jerárquicamente relacionados, formando un nuevo sistema de nivel superior, así «una función no viene determinada nunca por una estructura particular, sino por el contexto de la organización y del medio en que dicha estructura se encuentra sumergida».
El control jerárquico es una de las características esenciales y diferenciales de los sistemas vivos. Los niveles de organización y de complejidad creciente pueden observarse tanto en el orden estructural, como en el orden funcional. Afirma Fritjot Capra: «en el marco mecanicista de la ciencia cartesiana hay fuerzas y mecanismos a través de los cuales estas interactúan dando lugar a procesos. En la ciencia sistémica cada estructura es vista como la manifestación de procesos subyacentes. El pensamiento sistémico es siempre pensamiento procesual».
No tendría sentido fijarse únicamente en la organización jerarquizada para la atribución a un sistema la cualidad de vivo. Todos los artefactos construidos por el hombre, desde el más sencillo como sería una rueda, un instrumento musical, al más complejo aeroplano supersónico, son sistemas jerarquizados en todos sus elementos estructurales, pero todos ellos responden a una finalidad externa que les impuso el inventor de la rueda, el luthier o el equipo de ingenieros aeronáuticos, pues ninguno de estos aparatos por sí mismos son capaces de funcionar. El violín junto con la fricción del arco y los ágiles dedos comandados por el cerebro del violinista forman parte de una unidad jerárquica superior compuesta por el violinista y su instrumento.
La Biología, desde Aristóteles hasta nuestros días, se sigue preguntando, una vez superado todo tipo de animismo, por esa cualidad que tiene un ser vivo, un pajarillo, que le hace poder cantar y volar proclamando el territorio en el bosque en un día soleado.
La imprescindible finalidad
Una gran parte del Corpus Aristotelicum que ha llegado hasta nosotros trata de estudios sobre Biología. Para Aristóteles el principio de animación de todo organismo viviente es el alma definida como entelequia. La misma etimología del término, formado a partir de dos palabras griegas: entelés y échein, es decir, lo que tiene el fin en sí mismo, nos refiere a la entelequia como causa final. Así pues, desde su definición de ser vivo, Aristóteles introduce las explicaciones teleológicas en Biología.
Étienne Gilson comienza el estudio de Aristóteles a Darwin, arriba comentado, diciendo: «La noción de finalidad no ha tenido éxito». Una de las causas de la hostilidad es sin duda el temor a ser contaminada con cualquier tipo de connotación teológica. El debate sigue abierto por el estricto darwinismo ortodoxo de nuestros días, aunque sostenemos que Darwin en este punto como en otros Darwin no fue darvinista.
Por otra parte, no es infrecuente que los biólogos actuales en su discurso usen, más o menos veladamente, categorías finalistas. Es muy interesante a este respecto la correspondencia entre Theodosius Dobzhansky y John C. Greene en la que el abanderado del neodarwinismo reclama para los biólogos el poder hablar en términos que tienen un cierto regusto finalista como: finalidad (purpose), creatividad (creativity), crecimiento (improvement) y tanteo (trials and errors), cuando se observa que esto es lo que ocurre de hecho en la naturaleza.
Arguye que el mismo Ernest Naguel acepta que los biólogos utilicen este lenguaje, puesto que algunos procesos evolutivos suponen: a) aparición de algo nuevo, b) hacen avanzar la vida y c) pueden resultar en éxito o fracaso.
El mismo Greene confiesa que la teoría moderna de explicación del hecho histórico de la evolución está cargada de términos valorativos (higher, lower, success, failure, progress) y concluye: o los biólogos eliminan estos términos de su discurso o tienen que reconocer que la Biología requiere conceptos que solamente pueden interpretarse en una Filosofía de la Naturaleza, en cuyo lenguaje las expresiones valorativas tienen sentido.
Según Greene, el mismo Darwin se encontró a sí mismo prisionero entre los hechos biológicos y la implacable (pitless) lógica de una Filosofía natural mecanicista. De la correspondencia de estos dos biólogos se desprende que el debate sobre la finalidad, una vez más, está planteado en los diferentes presupuestos por la que consciente o espontáneamente se ha optado.
Jacques Monod en su lección inaugural de la Cátedra de Biología Molecular del Collége de France, que viene a ser como el preludio de su obra El azar y la Necesidad, al hablar de las características de los organismos vivos no quiso utilizar la palabra teleología: «la teleonomía es la palabra que puede utilizarse, si por cierto recato se quiere evitar hablar de finalidad». Según Ernst Mayr fue Colin S. Pittendrigh el primer autor en usar el término teleonomía: «parece desafortunado utilizar el término “teleología” y creo que se ha abusado de él. La confusión en que han permanecido los biólogos durante largo tiempo se eliminaría más completamente si todos los sistemas dirigidos a un fin fueran descritos mediante algún que otro término como “teleonómico”».
Teleología (teleonomía) enla explicación biológica
Jacques Monod planteó certeramente el problema epistemológico. La ciencia moderna, en cuyo discurso quiere entrar con pleno derecho la Biología, debe aparecer como ciencia explicativa por sus causas y por tanto objetiva y no proyectiva. Sin embargo, en virtud de la misma objetividad, muchos autores admiten las explicaciones teleológicas en Biología. La aceptación de una racionalidad diferente y de una autonomía epistemológica para la Biología puede ser el camino de solución del problema.
Quizá el genetista y biofilósofo español Francisco José Ayala haya sido entre los biólogos actuales el que mejor ha enfocado el debate sobre la finalidad, puesto que Ayala además de su reconocida labor en el campo de la biología experimental evolutiva, posee una sólida formación filosófica. Ayala reconoce el valor heurístico de las explicaciones teleológicas en los siguientes casos:
• Cuando el estado final o meta es anticipado por una agente.
• En los mecanismos autorreguladores. En general todas las reacciones homeostáticas pertenecen a este tipo de fenómenos teleológicos.
• Las estructuras anatómicas y fisiológicas diseñadas para cumplir una misión.
Al menos estas explicaciones teleológicas, correspondientes a la autorregulación y finalidad, son admitidas espontáneamente por la mayoría de los biólogos. Michael Ruse, en su obra la Filosofía de la Biología, nos dice: «Afirmaré finalmente en este capítulo, que, aunque el pensamiento biológico no presupone una “sólida” teleología (esto es una teleología que postule causas futuras), la Biología tiene, en un sentido más amplio, un elemento teleológico intraducible (aunque quizá eliminable). De manera muy real, los biólogos alcanzan una intelección explicativa refiriéndose al futuro».
Desde el punto de vista heurístico, las explicaciones teleológicas han sido una fuente de progreso del conocimiento. Es obvia la afirmación de que toda la Fisiología está construida bajo la pregunta del para qué de una determinada función. En Bioquímica la estructura de una proteína guarda una relación con la función a realizar catalítica, transportadora, de andamiaje celular, etcétera; igualmente acontece con los ciclos metabólicos.
A este tipo de explicación teleológica Ayala la denominará teleología natural (interna). El concepto de selección natural de Darwin posibilita una explicación natural. Según Ayala: «uno de los mayores logros (de Darwin) fue llevar los aspectos teleológicos al terreno de la ciencia». La teleología natural desde ahora se podría explicar como resultado de leyes naturales.
Este pensamiento de Ayala coincide con la afirmación de Elliott Sober: «Darwin está adecuadamente considerado como un innovador que impulsó la causa del materialismo científico. Pero su efecto sobre las ideas teleológicas fue bastante diferente del de Newton. Mas que desterrarlas de la Biología, Darwin fue capaz de mostrar cómo podían hacerse inteligibles desde un marco naturalista». Es interesante caer en la cuenta que el mismo Darwin aceptó plenamente esta visión teleológica de su pensamiento como consta en su correspondencia con el botánico de Harvard Asa Gray.
En la revista Nature de 4 de Junio de 1874 Asa Gray publicó un artículo titulado sencillamente: «Charles Darwin» y afirmaba: «reconocemos el gran servicio prestado por Darwin a la ciencia natural devolviéndole la teleología, de modo que en lugar de enfrentar morfología y teleología, tendremos a la morfología unida la teleología». Darwin respondió a Gray con una carta en la que le decía: «lo que ha dicho Vd. de la teleología me es especialmente grato y creo que nadie se había fijado en ello. Siempre he dicho que era Vd. el hombre más indicado para darse cuenta», (literalmente: to hit the nail on the head) .
La novedad de la vida en el universo
La filosofía de la biología, la biofilosofía, muestra que la vida, en efecto, no es simplemente puro mundo físico. Lo viviente tiene sus raíces en lo físico. Pero representa una sorprendente novedad emergente que exige una nueva racionalidad explicativa. El holismo biológico supone un nivel de complejidad no visto en el mundo físico. El ser vivo como sistema y proceso jerarquizado teleológicamente dibuja una compleja organización que emerge novedosamente y que exige a la ciencia pasar a rigurosas preguntas filosóficas.
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