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jueves, 12 de febrero de 2009
Darwin cumpliría hoy 200 años
En 2009 se conmemora los 150 años de la publicación de “El origen de las especies” de Charles Darwin. Se puede decir, sin temor a equivocarnos, que con ese libro Darwin nos alejó un poco más de las tinieblas, de la oscuridad, de la ignorancia. Además, hoy, 12 de febrero de 2009, se cumple el 200 aniversario del nacimiento de este naturalista británico. NeoFronteras, desde su creación, ha venido publicando noticias sobre evolución, paleontología y otros resultados afines a estos campos. Esta semana se ha hecho un esfuerzo extra en este sentido. No es difícil, todas las semanas surgen noticias interesantes sobre estos temas, es un campo vivo y fructífero de la ciencia, pues el estudio de la evolución biológica no ha terminado. Solo esperamos que la repetición de las algunas de esas noticias, que ya otros medios han cubierto, no les reste interés.
Este artículo de ahora pretende ser una pequeñísima introducción a la evolución para los no iniciados (ojalá no se aburran el resto de los lectores, sobre todo los habituales, a los que les parecerá que hay argumentos repetidos), un granito de arena a la difusión de este tema y un pequeño, humilde y respetuoso homenaje a la obra de un hombre que cambió el mundo.
Solamente en contadas ocasiones la ciencia produce un resultado que cambia la manera de ver el mundo y nos desplaza, del inmerecido lugar privilegiado en el que nos hemos colocado a nosotros mismos, a la periferia. Pasó con Copérnico y su sistema heliocéntrico, y pasó con Darwin y su teoría de la evolución, que revolucionó el pensamiento humano. Se puede decir que Darwin es a la Biología lo que Isaac Newton a la Física y que no se puede entender la Biología sin evolución.
La idea que Darwin introdujo nos afecta personalmente, porque nos afecta en la idea que tenemos de nosotros mismos. No somos una especie apartada de todas las demás, formamos parte de una historia evolutiva compleja y magnífica, somos una pieza más. Sí, el ser humano evoluciona biologicamente. Darwin, por fin, nos saca del pensamiento dogmático y mitológico. No es de extrañar la resistencia que encontró (y encuentra) su teoría de la evolución entre los fundamentalistas religiosos.
Esta injerencia en los sistemas científicos por parte de los sistemas de “conocimiento” de verdad revelada debe de terminar. Desde luego, en el mundo científico no hay conflicto creacionista, por la misma razón que en ciencia nadie discute que la Tierra gire alrededor del Sol. Son agentes externos a la ciencia los que sostienen otra cosa y crean polémica gratuitamente.
Antes de que las mentes trastornadas de los creacionistas empiecen a apilar la leña de la hoguera (al parecer también hay creacionistas que hablan español), aclaremos qué es eso de “teoría” y veamos un poco de epistemología muy básica.
Primero hay que decir que la palabra “teoría” tiene una acepción coloquial que hace referencia a un “conocimiento especulativo”. No es así en ciencia. Una teoría científica es un conjunto de leyes que sirven para relacionar determinados fenómenos naturales. La teoría de la evolución no es menos importante porque sea una teoría, al igual que la teoría gravitatoria de Newton o la Teoría de la Relatividad de Einstein (que dicho sea de paso sirve para que su GPS sea más preciso) no son menos válidas al ser teorías. Hacer que un misil se guíe por un “conocimiento especulativo” haría de estas armas más terroríficas de lo que ya son.
Distingamos sobre todo la diferencia entre hecho evolutivo y la teoría que lo explica. La gravedad existe, independientemente de si la pretendemos explicarla mediante la teoría newtoniana o con la Teoría de la Relatividad General de Einstein. Las teorías, que son al fin y al cabo modelos de realidad, son sustituidas o complementadas por otras mejores en el transcurso del tiempo. Al fin y al cabo son productos intelectuales. La ciencia no es un listado de resultados o de “verdades absolutas establecidas”, es un proceso.
Los hechos, sin embargo, no cambian. La gravedad sigue siendo la misma y sigue estando ahí (para desgracia de los que se despeñan por un acantilado), al igual que el hecho evolutivo. Las especies aparecen, evolucionan y se extinguen, sucediéndose unas a otras. Es lo que se puede ver, es simplemente obvio, evidente. Cómo se explique el mecanismo que hay detrás de todo ello dependerá de la teoría que tengamos, es decir, de los modelos de realidad que nosotros creemos.
Los modelos científicos deben de contrastarse con la realidad para ser científicos y esto les diferencia de los modelos artísticos, literarios o religiosos que utilizan otros métodos. Como ya asumió Darwin las teorías científicas son sometidas a prueba y experimentación. Tampoco explican la totalidad de la realidad física, sólo cubren una porción de ella cada vez, aunque una porción cada vez más grande. Siempre que exista la posibilidad de interaccionar experimentalmente con algo se podrá aplicar el método científico a ese algo.
Tampoco se puede decir que, puesto que la teoría evolutiva no responde aún a toda pregunta planteable, entonces es incorrecta. Ninguna teoría lo hace. Los únicos sistemas sociales que pretenden eso son las religiones. La teoría evolutiva pretende dar respuestas satisfactorias al hecho evolutivo y no a otras cosas. Si se le pide a la teoría evolutiva que responda sobre cuándo el hombre adquirió el alma dirá que esa pregunta, al no ser científica, no la puede responder. Para eso se inventaron las religiones, y éstas deberían de respetar las parcelas de conocimiento (del mundo natural) cubiertas por la ciencia.
Llegados a este punto el lector no debería sorprenderse ante la revelación de que la Teoría Sintética de la Evolución que ahora manejan los biólogos es distinta a la teoría que Darwin propuso en su tiempo. La teoría evolutiva evoluciona.
En tiempos de este naturalista no se conocía nada sobre genética, y poco o nada se sabía sobre la variación en la herencia. Esta variación en la herencia es algo que Darwin, en un paso intelectual sin precedentes, introdujo como hipótesis en su teoría. De hecho, el concepto de gen ni existía en aquel entonces, ni el de ADN, ni el de mutación, ni el de los mutágenos, ni muchos otros.
Darwin dedujo que debía haber mecanismos que hicieran variar la herencia y que la selección natural escogía los individuos mejor adaptados al medio para reproducirse. Ahora sabemos que hay mutaciones en nuestro ADN (y otros mecanismos de variación) y que la reproducción sexual baraja todos esos genes para obtener cada vez un individuo diferente a los progenitores.
Un individuo no evoluciona, sus caracteres externos básicamente no cambian, al igual que los genes que los determinan. Evolucionan las poblaciones o las especies, pero no los individuos. Debido a esa variación genética habrá individuos mejor o peor adaptados al medio. Un individuo mejor adaptado tendrá mayores posibilidades de sobrevivir y por tanto de reproducirse y de pasar sus genes a su descendencia. En el transcurso de las generaciones se irán seleccionando genes específicos que permitan una mejor supervivencia de los individuos.
Los mutantes no se hacen, nacen. Quizás los hijos de las victimas de una bomba nuclear puedan ser mutantes, pero sus padres no, aunque algunas de las células de su cuerpo sí lo sean. Si alguien es sometido a una radiación intensa no le van a salir más dedos, pero sí es posible que alguna de sus células terminen siendo cancerosas. Tampoco ser mutante garantiza ningún éxito, generalmente no es una buena cosa y también termina muriendo o siendo poco competitivo.
Si quiere saber cómo es un mutante vaya a la frutería de su barrio y compre (en temporada) unas nectarinas. Los árboles que producen esta fruta probablemente desciendan de algún mutante que se encontró por casualidad, al igual que las almendras dulces y muchos otros ejemplos, generalmente comestibles (comemos mutantes). Los mutantes no suelen tener muchas posibilidades de sobrevivir y un almendro dulce tiene éxito sólo por la presión de selección del ser humano. Porque lo más importante no es ya la supervivencia, sino el éxito reproductor.
Un pavo real puede ser víctima de un depredador debido a lo vistoso que es y a la poca agilidad que tiene. Sus bellas plumas reducen sus expectativas de vida. Pero por otro lado le dan mayores posibilidades de cubrir a las hembras y de legar sus genes (incluidos los que proporcionan un plumaje más vistoso que el de sus competidores) a la siguiente generación. Esta selección es tan fuerte que el resultado es un pavo real, un alce irlandés o una estrella del rock.
Podemos pensar que la tendencia suicida a abusar de las drogas recreativas tenderá a desaparecer porque los que así se comportan mueren jóvenes y sus genes destructivos, que determinan ese comportamiento, desaparecen con ellos. Esto no es así, los casos de Jimi Hendrix o Bob Marley ejemplifican su éxito evolutivo, ya que tuvieron mucho éxito con las mujeres y tuvieron muchos hijos (muchos probablemente desconocidos). Los genes de exitoso son los que facilidad el éxito reproductivo, y no necesariamente los que proporcionan una vida larga.
Otro error común es pensar que la evolución es una línea de progreso unidimensional en la que unos organismos cada vez más complejos suceden a otros hasta que se llega al ser humano. La evolución no es secuencial, las distintas especies no se suceden unas a otras en un sistema de progreso lineal, sino que formar un árbol cada vez más complejo que se va ramificando y es podado debido a las extinciones. Sólo podemos estar seguros de las “hojas” (especies) que hay ahora mismo y tenemos que inferir cómo ha sido la evolución a partir de un registro fósil incompleto, que nos dice cómo era una rama o una hoja que había aquí o allá y que desaparecieron hace tiempo. Por desgracia, y a falta de fósiles suficientes, siempre habrá preguntas en paleontología que nunca podrán ser contestadas. Obviamente tampoco el ser humano es el final de este proceso evolutivo, siendo una hoja más de ese árbol filogenético global. Por otro lado la genética nos puede ayudar en esto, porque en los genomas de todos los seres vivos está parte la historia evolutiva.
Ni siquiera tiene sentido decir que una especie está más evolucionada que otra, aunque haya algunas que se parezcan más a sus antepasados. En el mundo biológico siempre se evoluciona y nunca se “involuciona”, incluso en los casos de “evolución regresiva”, en los que determinados organismos (generalmente parásitos) han evolucionado hacia seres más sencillos. Evolución no significa necesariamente una mejora intrínseca.
¿Qué hubiera pasado si en el famoso atentado contra Hitler, que últimamente se ha llevado al cine, hubiese tenido éxito? ¿Cómo sería ahora el mundo? No lo podemos saber. La evolución es, también, un proceso histórico que depende de componentes azarosos y por lo tanto es impredecible, contingente. Si se “tiraran los dados” otra vez el resultado del nuevo juego sería totalmente distinto. Una secuencia de mutaciones, presiones de selección y cruces distintos daría una historia evolutiva distinta. Somos esclavos de un sólo juego: éste que nos ha tocado experimentar.
¿Qué pasaría si pudiéramos rebobinar la historia evolutiva para ver qué pasa esta vez? Pues que el resultado sería totalmente diferente. De hecho ya pasó en los casos de Australia y Nueva Zelanda, cuya situación de aislamiento respecto al resto de los continentes dio lugar a una historia evolutiva paralela diferente, con faunas de aves gigantes y mamíferos marsupiales que no se dieron en el resto del mundo.
El futuro evolutivo es impredecible y las ucronías evolutivas simples especulaciones. La historia evolutiva es irrepetible por siempre y para siempre. Estamos en este planeta, pero podríamos perfectamente no estar. Nos parece que la evolución tiende hacia nosotros porque nosotros estamos aquí, pero lo mismo podrían haber pensado los neandertales y la multitud de otros homínidos que terminaron siendo ramas extintas de árbol evolutivo humano. Debemos de aprender una lección de humildad de este hecho.
Si hay algo que la ciencia moderna ha empezado a estudiar, y que nos fascina, es la evolución humana. No ya de otras especies humanas que una vez estuvieron aquí, y cuyos huesos y cráneos desentierran los paleoantropólogos, sino de nuestra propia especie, de nuestra propia evolución reciente. Algunas características nuestras tienen menos de 10.000 años y todavía están evolucionando. La tolerancia a la lactosa o las varias copias del gen de la amilasa nos permiten aprovechar la leche y el almidón del grano. Algo que supuso una ventaja tan enorme, tras el descubrimiento de la ganadería y la agricultura, que probablemente cambió la historia de las civilizaciones de forma irreversible. Algunas poblaciones humanas todavía no han adquirido estos rasgos genéticos de forma generalizada. Estamos todavía evolucionando. La piel clara de los europeos o incluso los ojos azules (ya sabemos el gen que los determina) de algunos de ellos son otros ejemplos de evolución reciente.
Últimamente los estudios sobre evolución ya no tratan solamente sobre fósiles, ahora se puede hacer evolución experimental. Los científicos en sus laboratorios pueden hacer que generaciones de bacterias se sucedan y evolucionen, y lo mismo se hace con moscas y otros seres de reproducción rápida.
Desde los tiempos de Darwin se han hecho muchos descubrimientos. Así por ejemplo, se ha podido comprobar la influencia de la deriva continental en la historia biológica; hemos empezado a comprender cómo surgen las especies, algo que Darwin, paradójicamente, no llegó a explicar bien; se ha descubierto la transferencia horizontal de genes; se ha podido comprobar que existe la selección de poblaciones o la selección de genes; se ha explicado la aparición de la cooperación y del altruismo; hemos empezado a comprender que nuestra carga de ADN es más compleja de lo que creíamos y que el mal llamado ADN basura es también importante; hemos visto los intrincados vericuetos genéticos que tenemos, con genes reguladores y mecanismos epigenéticos…
La tarea no ha terminado, no hemos hecho sino empezar a saber. Estamos embarcados en la gran aventura humana del conocimiento a bordo de un barco mucho más complejo que el Beagle. Es un viaje sin fin que atraviesa océanos de ignorancia mientras somos impulsados por los vientos de la curiosidad. Quizás sólo unos pocos marineros pilotan este navío, pero todos estamos invitados a conocerlo, incluso los que se marean. Seguro que a Darwin, que además era una gran figura humana, le gustaría estar aquí, tal día como hoy, para sugerir nuevos rumbos de exploración.
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