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jueves, 24 de febrero de 2011
Los restos del meteorito que mató a los dinosaurios se pueden tocar en la costa vasca
El director científico del Biotopo Litoral Deba-Zumaia, Asier Hilario, en los acantilados de Zumaia. | Pedro Cáceres
• Los acantilados entre Deba y Guetaria son una meca científica internacional
• Las rocas son un libro de 60 millones de años de historia de la Tierra
• La sección de Zumaia guarda el registro de cuatro grandes eventos del pasado
• El director del biotopo protegido explica el valor científico del lugar
Es una capa muy fina, apenas dos o tres milímetros de una arcilla de color oscuro, pero esconde las pruebas de uno de los cataclismos más grandes de la historia, algo que conmovió el planeta y transformó el curso de la vida sobre la Tierra.
Hablamos del meteorito que chocó contra nosotros hace 65 millones de años, liberando la energía de 100 millones de bombas atómicas y acabando con el 70% de las especies de aquel momento, entre ellas los dinosaurios. El polvo levantado por la explosión se depositó por todo el mundo y ahora aflora en algunos pocos lugares.
Uno de ellos está aquí, junto a los suaves campos de Zumaia, donde luce el sol esta mañana de invierno y nada invita a pensar en catástrofes. Pero las apariencias engañan. De repente, el paisaje de verdes lomas redondeadas se corta en un paredón de acantilados de 150 metros de alto que desafían al Cantábrico.
Kilómetro tras kilómetro, se suceden los agrestes estratos de rocas sedimentarias, alzados en vertical con una geometría que recuerda el espinazo de un animal prehistórico. Y no está mal esa comparación, pues no en vano esas rocas han servido para demostrar la hipótesis de que fue una colisión lo que provocó la gran extinción del paso entre el Cretácico y el Terciario, lo que se conoce como el límite K/T.
Una meca geológica
El yacimiento es un lugar de peregrinaje para los geólogos y, desde hace dos años, también un santuario protegido. En 2009 el Gobierno vasco amparó ocho kilómetros de litoral bajo la figura legal de Biotopo Litoral Deba-Zumaia, gestionado por la Diputación Foral de Guipúzcoa.
El espacio protege los acantilados propiamente dichos, el área marina hasta los 10 metros de profundidad y, también, todo el paisaje terrestre que pueda verse desde el mar. Es una curiosa definición de límites, pero muy adecuada para salvar, a la vez, los valores científicos y paisajísticos. El director científico del Biotopo es Asier Hilario, un geólogo vasco de 34 años que dejó su plaza de investigador en Suiza para volcarse en comunicar al público el valor de este yacimiento.
Los acantilados son un hojaldre de rocas que abarcan 60 millones de años de historia
Mientras esperamos a que la marea baje para descender a los estratos más llamativos, Hilario me explica que lo que se puede ver en este yacimiento son 60 millones de años ininterrumpidos de historia del planeta. «Algunos dicen que estos estratos son como un hojaldre de rocas. A mí me gusta definirlos como un gran libro de historia de la Tierra en el que cada una de las capas es una página», añade.
«Si miramos dentro de esas rocas, vemos que tienen fósiles marinos. Se formaron por decantación de sedimentos bajo el mar que separaba la Península Ibérica del resto de Europa», explica. Después, la Península empezó a moverse y ese desplazamiento comprimió y levantó los antiguos sedimentos. El mismo proceso que dio origen a los Pirineos creó los acantilados de Zumaia y también muchos de los montes vascos, en cuyas cimas, aunque cueste trabajo creerlo, afloran antiguos fondos de coral del Cretácico.
«El planeta tiene unos 4.600 millones de años y son muchas las páginas escritas hasta hoy» dice Hilario. «Este terreno es uno de los tomos de esa enciclopedia. Las páginas llegan hasta Deba y Guetaria y continúan por buena parte de la costa vasca, pero es en Zumaia donde se concentran los momentos más interesantes», añade.
El 'flysch' de Zumaia
El área se conoce como 'flysch', por la palabra alemana usada para describir acantilados que se desmoronan. Este flysch de Zumaia comprende el periodo que va desde hace 65 millones de años hasta los 55 millones de años. «En él», explica Asier Hilario, «han quedado registrados sucesos extraordinarios: cambios del magnetismo terrestre, brutales variaciones del nivel del mar, alteraciones climáticas sucesivas y extinciones masivas de especies».
A tocar con las manos el testimonio de la mayor de esas extinciones nos dirigimos. Para ello hay que dejar atrás la ermita de San Telmo y bajar hasta una cala batida por las olas. Todo está a tiro de piedra del pueblo donde generaciones de bañistas han nadado sin saber que pisaban polvo de meteorito.
Nos mojamos los pies entre algas y cantos rodados para llegar hasta una de las páginas memorables de la historia: «Estamos en la pequeña cala de Algorri, que es un gran templo de la geología mundial. Lo que estamos viendo aquí es una capa en la que más del 75% de los fósiles marinos que venimos viendo en estas rocas se extinguen.
La ermita de San Telmo se levanta sobre un yacimiento palentológico de excepción
Además, en esa capa oscura tenemos algunos elementos como el iridio, que tiene una composición más meteorítica que terrígena, y es lo que hizo pensar que la gran extinción tuvo algo que ver con el impacto de un gran meteorito».
La capa de iridio
Impresiona tocar con la mano ese estrato. Es imposible notar a simple vista que contenga iridio, pero los análisis lo han demostrado. No sólo aquí, sino en todo el mundo. El iridio es un mineral escasísimo en la Tierra pero abunda en los asteroides.
A finales de los 70, el geólogo estadounidense Walter Álvarez descubrió que la capa del límite K/T, que él estaba estudiando en Gubbio (Italia), contenía 100 veces más cantidad de ese metal de lo habitual. Su padre, el Nobel de Física Luis Álvarez, fue quien le ayudó a discernir las infinitesimales cantidades presentes en las rocas.
Cuando el holandés Jan Smit le comunicó que otra capa de la misma época en Dinamarca tenía iridio, ambos aventuraron que un cuerpo extraterrestre podía haber chocado con la Tierra. El yacimiento de Caravaca (Murcia) y el de Zumaia fueron algunos de los siguiente límites K/T que probaron que la anomalía de iridio era universal. Sin embargo, demostrar la hipótesis fue más complicado.
El cráter, de 180 kilómetros de diámetro, se localizó definitivamente en Yucatán en 1990
En primer lugar, la geología no apostaba entonces por los argumentos catastróficos, pues los consideraba propios de la época precientífica. Confiaba en la lenta sucesión de fenómenos para explicar los paisajes que ahora vemos y, por tanto, muchos abogados del gradualismo rechazaron la explicación maravillosa del meteorito.
Además, faltaba la prueba clave: la evidencia del impacto. Hubo que esperar una década para encontrarlo, pero ésto sirvió para que, mientras tanto, cientos de científicos fueran hallando los restos de la explosión. Estos incluían el iridio y la roca vaporizada y vitrificada que cayó por todo el planeta; pedazos de cuarzo deformados por el impacto y esparcidos a miles de kilómetros y, también, los derrubios arrastrados por el tsunami generado por el impacto del asteroide. Hasta que, finalmente, el gran agujero apareció.
El cráter de Chixculub
Los geólogos de PEMEX que buscaban petróleo en el Golfo de México habían cartografiado el socavón en los años 50, pero no le habían encontrado el sentido. En 1991, por fin, todos los datos hicieron conexión y se publicó el artículo definitivo en la revista 'Science'. El cráter tiene 180 kilómetros de diámetro, está a caballo entre el extremo de Yucatán y el mar y ha sido sepultado por cientos de metros de sedimentos posteriores.
«Entender la historia de la tierra es útil para entender algunos fenómenos que están pasando hoy», dice Hilario, mientras recuerda que la gran extinción del K/T es la quinta conocida en la historia del planeta.
«Los biólogos afirman que en los últimos 200 años nuestra sociedad está provocando la sexta, y eso es algo para pensar», dice Hilario mientras caminamos hacia la playa de Itzurun y contemplamos un grueso estrato de arcilla roja colonizado por el pasto.
Es el testigo de otro evento registrado en el 'flysch' de Zumaia, el gran calentamiento del Paleoceno/Eoceno (55,8 millones de años), cuando las temperaturas subieron cinco grados en 50.000 años. El calentamiento que vivimos ahora ha sido de un grado en un siglo. «Con todo», explica Hilario, «más que los grados importa la rapidez del cambio, pues es la capacidad de adaptarse lo que determina la capacidad para sobrevivir».
Otros dos sucesos visibles en Zumaia son la inversión de polos magnéticos del límite Selandiense/Thanetiense (58,7 millones de años) y la bajada del nivel del mar del Daniense/Selandiense (61,1 millones de años) de decenas de metros. Estos dos últimos han sido definidos como estratotipos por la Comisión Internacional de Estratigrafía, lo que los convierte en referencia mundial para estudiar estos fenómenos.
Ningún lugar del mundo tiene dos estratotipos y, junto a ellos, dos límites como el K/T y el Paleoceno/Eoceno en sólo unos pocos kilómetros. El yacimiento es excepcional y a divulgarlo se dedica el Biotopo «sin alterarlo ni perturbarlo», afirma el geólogo.
El centro de interpretación de Algorri, sostenido por el Ayuntamiento de Zumaia, organiza visitas guiadas. Además, se ha publicado un libro de gran formato, está a punto de abrirse una red de senderos autoguiados y Asier Hilario y Alberto Gorritiberea han rodado un documental titulado 'Flysch, el susurro de las rocas' (que se puede ver completo en internet), donde decenas de eminencias mundiales visitan Zumaia para explicar su singularidad.
Transmitir la profundidad del tiempo geológico es muy difícil. Si pusiéramos la historia del planeta en un año, la especie humana aparecería en los últimos segundos del 31 de diciembre. Llevamos muy poco tiempo aquí y, por eso, Hilario defiende su fascinante trabajo: «La geología es la ciencia que estudia el planeta Tierra y los geólogos somos detectives en busca de pistas que nos permitan leer e interpretar las páginas de esa historia».
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