La red en el aire

No hay nada peor que sufrir un robo durante un viaje. Para evitar esta incómoda situación es importante seguir algunos consejos básicos: sepa que calles o barrios son peligrosos, no lleve mucho dinero encima y, tal vez la más importante, no abra nunca el minibar del hotel.
Es difícil entender cómo puede funcionar el negocio de vender botellas de agua a seis euros y pistachos a 10 pero todo tiene su explicación. Normalmente el minibar acaba siendo privilegio de viajeros de negocio que pueden pasar la factura a la empresa.
Esto también explica el precio astronómico de la conexión a Internet en muchos hoteles. “¿10 euros por un día de conexión? ¡Pero si pago 30 por un mes entero al doble de velocidad en casa!”.
Con el tiempo es probable que Internet acabe siendo gratuito, o deje de ser un problema, en las grandes cadenas de hoteles. Ya lo es en los establecimientos más pequeños. Al igual que pasó con el uso del teléfono en la habitación con la llegada del móvil, cada vez más usuarios acceden a Internet compartiendo la conexión del móvil con el portátil.
Una mecánica similar (“la empresa paga”) es la que rige el precio de Internet en los aviones. El servicio lo ofrecen en EE.UU. varias compañías aéreas pero en general todas utilizan la red de GoGo. GoGo no ofrece acceso por satélite, como cabría esperar en un avión. En su lugar utiliza antenas especiales en tierra y con las que consigue una velocidad similar al de un acceso a través de móvil.
El precio depende de la duración del vuelo. 5 dólares para los vuelos de menos de 90 minutos. 10 dólares por menos de tres horas y 13 dólares si el vuelo dura más de tres horas. Hay también un pase mensual ilimitado de 35 dólares. Además, aquí no hay alternativa como en los hoteles. No se puede uno bajar del avión en vuelo e irse a la cafetería de la esquina para tener conexión. O se paga o se queda uno desconectado.
Estas cifras, aseguran, son el motivo por el que sólo el 10% de los pasajeros pagan por la conexión en vuelo en EE.UU.
Yo entro dentro de ese 10%. Todavía no he cogido un vuelo con acceso a Internet en el que no haya acabado tirando de la Visa y navegando por la red. Es simplemente una alternativa mucho más interesante, productiva y entretenida que mirar una pantalla (y sí, también leo libros, a veces incluso impresos en papel).
A pesar de que resulta bastante caro, me extraña que ese sea el único motivo. Para mí, y muchos de los de mi generación, estar conectado a la red es el estado natural, el “default mode”, que dicen aquí. En casa, desde el móvil… lo extraordinario es precisamente no poder recibir el correo o solucionar una duda de esas que surgen en el bar con los amigos mirando la Wikipedia en el teléfono. Métame en un cilindro de metal durante cinco horas y le pagaré lo que haga falta para poder acceder a Twitter.
Más sentido tendría que todo el sistema estuviera montado bajo una falsa premisa; la de que el viajero de negocios quiere estar conectado. En el hotel puede que no le quede otro remedio pero son muchos los que se toman las tres o cinco horas del vuelo como un ayuno digital, una oportunidad para no tener que mirar la bandeja de entrada.