Contrastes

En EE.UU. Amazon acaba de anunciar que ya vende más libros electrónicos que volúmenes de tapa dura. Kindle se ha ganado el éxito a pulso. En los últimos tres meses por cada 100 libros físicos Amazon ha vendido 143 electrónicos. Es un milagro de la misma talla y alcance que en su día fue iTunes con sus canciones a 99 céntimos.
Puede que no sea la alternativa más deseable –los libros vienen en un formato propietario- pero al menos es una plataforma que funciona. Ninguna editorial puede decir que el libro electrónico no interesa. Todas deben de andar con bastante miedo ante un modelo de negocio a punto de desmoronarse y en el que el autor puede saltarse al intermediario.
Mientras la red en EE.UU. se congratula al otro lado del atlántico foros y blogs se plantean hasta qué punto Libranda tiene sentido. No me extraña y no creo que haya que buscar una razón de ser para este engendro. La plataforma creada por las editoriales es una compleja red de numerosos pasos para algo que debería ser tan simple como un “click” o la pulsación de un dedo. Dicen que es para salvar al comercio tradicional pero parece más un intento de perpetuar una jerarquía sin sentido, añadir burocracia en el único medio que permite saltársela.
No hay nada de revolucionario en la propuesta. No hay nada arriesgado, nuevo o interesante. Es insustancial y molesta. Carlos Sánchez Almeida escribió ayer sobre su experiencia al comprar un libro. “El pasado día 15 estrené Libranda a primera hora de la mañana. El libro pude leerlo a eso de las 5 de la tarde.”
Comparemos eso con las cuatro sencillas frases que guían la estrategia de Amazon: “Cualquier libro. En cualquier lugar del mundo. Descargado de forma inalámbrica. En menos de 60 segundos”.